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martes, 26 de agosto de 2014

                 GRUPO 6

PAGINAS 153 A 182

VISITAS

E
De las dos diferentes formas de visitas
1 — Las visitas pueden ser en persona o por tarjeta. Una visita en persona es aquella que
hacemos presentándonos en la casa del que ha de recibirla, ya sea que lleguemos a verle, ya
sea que le dejemos nuestra tarjeta, y una visita por tarjeta, la que hacemos limitándonos a
enviar ésta desde nuestra residencia.
2 — No es libre en todos los casos hacer las visitas en una y otra forma: las reglas de la
etiqueta ofrecen gran variedad en este punto, y, según vamos a verlo, hay visitas que
debemos hacer siempre en persona, otras que generalmente se hacen por tarjeta, y otras, en
fin, que pueden hacerse indiferentemente en persona o por tarjeta.
3 — También hay variedad en las mismas visitas en persona, pues hay algunas que no se
nos imputan como tales si no llegamos a ver a las personas a quienes las hacemos y otras
que son válidas aun en los casos en que limitándonos a llenar la fórmula de presentarnos en
persona, omitimos anunciarnos y tan sólo dejamos nuestra tarjeta.
4 — Las visitas de presentación, como bien se deduce de su propia naturaleza, no pueden
menos que hacerse en persona, sin que nos sea licito dejar tarjeta cuando no llegamos a ser
recibidos; mas la segunda visita de que habla el párrafo 14 de la página 220 es válida, si por
no encontrarse en su casa o no estar de recibo la persona a quien hemos sido presentados, le
dejamos nuestra tarjeta.
5 — Cuando al hacer nuestra primera visita a la persona que nos ha sido presentada
especialmente, no podamos ser recibidos, dejaremos nuestra tarjeta; mas no será válida esta
visita hasta que no la repitamos, ya sea que en la segunda vez se nos reciba, o que nos
veamos de nuevo en el caso de dejar tarjeta. Lo mismo se entiende respecto de la visita que
debemos a la persona a quien hemos sido presentados por una carta cuando ella se anticipa
a venir a nuestro alojamiento sin haber recibido nuestra visita de presentación (párrafo 10,
página 229).
6 — Entre caballeros, una visita de ceremonia y cualquiera otra de etiqueta que no sea de
negocios o de presentación, puede reducirse a dejar el visitante su tarjeta sin llegar a
anunciarse aunque el visitado se encuentre en su casa, siempre que haya de ser poco
discreto hacer ocupar a éste su tiempo en recibirla, o que aquél no pueda detenerse por
impedírselo premiosas ocupaciones u otro motivo igualmente justificado. En esto deben
guiamos muy especialmente los usos recibidos en cada país, y aun los que sean peculiares a
cada gremio social: entre agentes diplomáticos, por ejemplo, la primera visita que se hacen
se ve con frecuencia reducida a la fórmula indicada.
7 — Las visitas que, según los párrafos 9 y 10 de la página 249, debemos hacer a nuestros
parientes y a las demás personas que allí se indican, para participarles que vamos a tomar
estado, no sólo deben hacerse en persona, sino que no son válidas cuando
no llegamos a ser recibidos.
8 — Las visitas de ofrecimiento por haber mudado de estado o de domicilio o por el
nacimiento de un hijo, se hacen generalmente por tarjeta; pero un caballero que muda de
habitación las hace siempre en persona a sus amigos vecinos
9 — Las visitas de ofrecimiento al llegar a un nuevo domicilio se hacen indiferentemente
en persona o por tarjeta; pero siempre en esta segunda forma, a aquellas personas con
quienes no se tiene amistad (párrafo 14, página 251).
10 — Todos los demás ofrecimientos que puedan ocurrir los haremos en persona o por
tarjeta, según que por la mayor o menor entidad de los accidentes que les den origen, sea o
no natural o indispensable que tributemos a los que han de recibirlos el homenaje de
presentarnos personalmente.
11 — Las visitas que tengan por objeto pagar las de ofrecimiento se harán precisamente en
persona, aun cuando aquéllas hayan sido hechas por tarjeta.
12 — Las visitas de felicitación se hacen y se pagan en persona. Mas respecto a las de
cumpleaños, tan sólo estamos obligados a hacerlas en esta forma a las personas con quienes
llevemos estrechas relaciones de amistad, y a aquellas a quienes, por consideraciones de
cualquier otro orden, sea propio y natural que tributemos el obsequio de felicitar
personalmente; las demás pueden hacerse indiferente-mente en persona o por tarjeta.
13 — Las visitas de sentimiento se hacen y se pagan en persona. Sin embargo, cuando se
trate de un enfermo grave, y no estemos llamados a rodearle ni podamos prestarle ningún
servicio, haremos estas visitas por tarjeta sin anunciarnos (párrafo 5, página 258). Es
conveniente que pongamos la fecha en las diferentes tarjetas que pasemos a la casa de un
enfermo grave, pues de este modo quedará perfectamente comprobado nuestro interés por
su salud, y el cuidado en que hayamos estado durante su gravedad.
14 — Las visitas de duelo se hacen en persona, y las de pésame se hacen y se pagan en la
misma forma.
15 —Las visitas de despedida se hacen indiferentemente en persona o por tarjeta; pero a las
personas con quienes se tiene una íntima amistad se hacen en la primera forma si a ello no
se opone un inconveniente insuperable. Estas visitas se pagan en persona o por tarjeta; mas
cuando no se tiene una íntima amistad con aquel que se ha despedido, y se le quiere visitar
en persona, es muy propio y delicado limitarse a dejarle tarjeta sin anunciarse, a fin
de no poner embarazo en las múltiples ocupaciones de que debe suponérsele rodeado.
16 — Las visitas de agradecimiento se harán en persona; mas cuando no medie ninguna
amistad, ni haya llegado el caso a que se contrae el párrafo 13 de la página 220, se harán
por tarjeta, o bien en persona, limitándose el visitante a dejar su tarjeta sin anunciarse. En
los casos en que tales visitas hayan de pagarse, esto se hará precisamente en persona.
17 — Las visitas de amistad, como se deduce de su propia naturaleza, se hacen y se pagan
siempre en persona.
18 — No es lícito a las señoras visitar en persona a los caballeros que no tienen familia, por
íntima que sea la amistad que con ellos tengan, y aun cuando puedan ir acompañadas de
personas de su sexo, sino únicamente para tratar sobre negocios urgentes, o en casos
extremos, como un peligro de la vida, etc. Sin embargo, un anciano valetudinario, o un
sacerdote venerable por su carácter y por sus años, puede ser visitado por señoras de su
amistad, con tal que éstas vayan siempre acompañadas y que sus visitas no sean frecuentes.
19 — Las personas que se encuentran físicamente impedidas de salir de su casa hacen todas
sus visitas por tarjeta, siéndoles imputadas como visitas en persona todas aquellas que
debiera hacer en esta forma.
20 — La persona que recibe una tarjeta de ofrecimiento desde un lugar distinto de aquel en
que se encuentra, la corresponde con una tarjeta o con una carta, y este acto le es imputado
como una visita.
21 — También se considera como una visita el acto de dirigir una tarjeta o una carta a la
persona que reside en otro país o en otro pueblo, y se encuentra en circunstancias en que
debe ser visitada por
sus amigos. En tales casos se corresponderá a aquella demostración en la misma forma en
que se haya recibido.
22 — Con las únicas excepciones que aquí se establecen, toda visita en persona en que no
lleguemos a ser recibidos, será válida, con tal que dejemos nuestra tarjeta. En estos casos
cuidaremos de doblar a la tarjeta una de sus esquinas, por ser éste el signo convencional
que representa en una tarjeta que la visita ha sido hecha en persona
23 — Respecto de las personas con quienes se tiene una íntima confianza, se considera
como un acto poco amistoso el dejarles tarjeta cuando no se las encuentra en su casa. Esto
sólo está admitido cuando, por algún motivo especial, conviene que un amigo no quede en
la ignorancia de que le hemos solicitado, y no tenemos otro medio pronto y seguro de
hacérselo saber.
24 — La tarjeta de una madre de familia, cuando se emplea en una visita en persona,
incluye implícitamente el nombre de cada una de sus hijas, y el de cualesquiera otras
señoritas de su familia que viven con ella bajo su dependencia.
25— Siempre que usemos de tarjeta para visitar a una persona emancipada que viva con
otras personas, pondremos en ella manuscrito su nombre, a fin de evitar equivocaciones.
26— Las tarjetas, en cuanto a su forma y a su contenido, están sujetas a los caprichos y
variaciones
de la moda; pero nunca dejaremos de incluir en ellas nuestra dirección, en los casos en que
debamos o podamos suponer que sea ignorada de las personas a quienes la dirigimos.
F
Del modo de conducirnos cuando hacemos visitas
1 — Al penetrar en una casa, si no encontramos un portero u otra persona cualquiera a
quien dirigirnos desde luego, llamaremos a la puerta; teniendo presente que aun en este
acto, al parecer demasiado sencillo y de ninguna importancia, se manifiesta el grado de
delicadeza y de cultura que se posee.
2 — Cuando la persona que flama a la puerta debe, por su posición social u otras
circunstancias, tributar un especial respeto a los dueños de la casa, tocará siempre con poca
fuerza, sea cual fuere el grado de amistad que con ellos tenga.
3 — Los toques a la puerta se repetirán, con intervalos que no sean muy cortos, hasta
advertir que sí han oído; y las personas que se encuentren en el caso del párrafo anterior,
darán a estos intervalos una duración algo mayor.
4___ Guardémonos de tocar nunca fuertemente a la puerta de una casa donde sepamos que
hay un enfermo de gravedad.
5 — Jamás permanezcamos ni por un momento con el sombrero puesto en la casa en que
entremos, desde que tengamos que dirigir la palabra a cualquiera de las personas de la
familia que la habita, que no sea un niño o un doméstico, aun cuando todavía no hayamos
penetrado en la pieza de recibo.
6 — Es un acto enteramente vulgar y grosero el nombrar a una persona, al solicitarla en su
casa, sin la anteposición de la palabra señor o señora, aunque no sea de este modo el que se
acostumbre nombrarla al hablar con ella. Apenas está esto permitido cuando media una
íntima confianza, no sólo con la persona que se solicita, sino también con aquella a quien se
dirige la pregunta; bien que jamás en los casos en que ésta se dirija a un niño o a un
doméstico.
7 — Por regla general, al solicitar a una persona en su casa no se enuncia su nombre, sino
su apellido, o algún título de naturaleza permanente de que se halle investida, como el señor
N., el señor Doctor, el señor General, etc. Cuando se visita a una señora, se pregunta
simplemente por la señora.
8 — En las oficinas públicas se menciona únicamente el título del empleado que se solicita,
aunque no sea de naturaleza permanente, como el señor Provisor, el señor Ministro, el
señor Administrador, etc.
9 — Luego que hayamos sido informados de que la persona que solicitamos está de recibo,
daremos nuestro nombre al portero o a cualquier otra persona que haya de anunciarnos, y
entraremos a la pieza que se nos designe, donde aguardaremos a que aquélla se presente a
recibirnos. Durante este espacio de tiempo, permaneceremos situados a la mayor distancia
posible de los lugares en que haya libros o papeles, y de manera que nuestra vista no pueda
dirigirse a ninguno de los sitios interiores del edificio.
10 — Cuando en el corredor principal de la casa no exista el mueble de que habla el párrafo
8 de la página 107, podremos entrar a la sala de recibo con el sombrero en la mano, y aun
con el bastón que llevamos si es una pieza fina y agradable a la vista. El paraguas debe
dejarse siempre en el corredor.
11 — Al presentarse la persona que viene a recibirnos, nos dirigiremos hacia ella y la
saludaremos cortés y afablemente, esperando, si hemos de darle la mano, a que ella nos
extienda la suya. Luego pasaremos a sentarnos, lo cual haremos en el sitio que ella nos
indique, sin precederle en este acto, y guardando cierta distancia de manera que no
quedemos demasiado próximos a su asiento.
12 — A los dueños de la casa se les da siempre la mano; mas entre personas de distinto
sexo el uso es vario en este punto, y es necesario que sigamos el que esté admitido en el
país en que nos encontremos (párrafo 14, pág. 50; párrafo 17, pág. 51). Lo más general es
que las señoras den la mano a los caballeros de su amistad.
13 — Si la persona que visitamos fuere para nosotros muy respetable, y nos convidase a
sentarnos a su lado, no lo haremos en el lugar más honorífico sino después de haberlo
rehusado por una vez. Conviene, desde luego, saber que el lugar más honorífico en una
en una casa, es el lado derecho de los dueños de ella, y preferentemente el de la señora.
14 — Cuando la persona que visita sea una señora, no rehusará ni por una sola vez ser
colocada al lado derecho de la señora o del señor de la casa
15 — Cuando son varias las personas que se han anunciado y aguardan al dueño de la casa,
son las más caracterizadas las que primero se acercan a saludarle, y las que toman los
asientos más cómodos y honoríficos.
16.— Cuando el dueño de la casa se encuentre en la sala de recibo con otras personas,
observaremos las reglas siguientes: 1.a, luego que se nos informe que podemos ser recibidos
y que hayamos sido anunciados, penetraremos en la sala, haciendo a la entrada una cortesía
hacia todos los circunstantes; 2.a, sin detenemos, nos dirigiremos al lugar donde esté el
dueño de la casa y le saludaremos especialmente, volviéndonos luego de nuevo hacia los
demás circunstantes y haciéndoles otra cortesía, después de lo cual tomaremos asiento; 3.a,
si nuestra visita es de etiqueta, nos abstendremos de dar la mano a toda otra persona que no
sea el dueño de la casa: si no es de etiqueta, podremos dar, además, la mano a las dos
personas que, a derecha e izquierda, estén inmediatas al asiento que tomemos, siempre que
con ellas tengamos amistad, pues por íntima que sea nuestra confianza con el dueño de una
casa, jamás nos permitiremos el acto, altamente vulgar, de dar la mano a las personas que
encontremos en ella con quienes no tengamos ninguna amistad.
17 — Cuando nuestra visita se dirija a una familia, y ésta se halle en la sala de recibo con
otras visitas, observaremos lo siguiente: 1.°, luego que hayamos hecho la primera cortesía
al entrar en la sala, saludaremos especialmente a la señora y a las personas de su familia
que se encuentren inmediatas a ella, haremos después una cortesía a las demás personas
presentes y tomaremos asiento; 2.°, si el señor de la casa estuviere presente, y hubiere
salido del círculo para venir a nuestro encuentro, le saludaremos desde luego
especialmente; mas si sólo se hubiere puesto de pie sin abandonar su puesto,
prescindiremos de él al principio y saludaremos primero a las señoras, haciendo siempre
una cortesía a los demás circunstantes al acto de tomar asiento.
18 — Las personas que se encuentran en una sala deben corresponder con una cortesía, a
cada una de las cortesías que haga una visita que entra o se retira.
19 — Jamás manifestemos de ningún modo ni aun el más ligero desagrado, cuando
encontremos en una visita, o llegare después de nosotros, una persona con quien estemos
enemistados.
20 — Al acto de ocupar un asiento entre dos personas, no demos nunca la espalda a aquella
de las dos que sea superior a la otra.
21 — Luego que se ha tomado asiento es costumbre dirigir a los dueños de la casa,
prefiriendo siempre para esto a la señora, alguna pregunta amistosa que comúnmente se
refiere a su salud y a la de su familia pero adviértase que jamás se hace esta pregunta en
una visita de ceremonia, así como tampoco en ninguna otra que sea de etiqueta, cuando no
existe en la casa un particular motivo de aflicción.
22 — Sólo en una casa de mucha confianza podrá un caballero apartar su sombrero de las
manos, para colocarlo en un lugar cualquiera de una pieza de recibo, sin ser a ello invitado
por los dueños de la casa.
23 — No nos es lícito ofrecer asiento a la persona que nos recibe, ni indicarle ningún sitio
para sentarse, ni hacer esto respecto de otra persona que entre durante nuestra visita; pues
toca siempre a cada cual hacer los honores de su casa y cualquiera demostración obsequiosa
que nos permitiésemos hacer en una casa ajena sin un motivo justificado, sería un acto de
verdadera usurpación y una grave falta contra las leyes de la etiqueta.
24 — Sin embargo, cuando los dueños de la casa. en que nos encontremos se vean en la
necesidad de atender a un mismo tiempo a varias personas, nos apresuraremos a rendir
aquellos obsequios que sean; indispensables, los cuales serán considerados como recibidos
de los mismos dueños de la casa; reservándose siempre a éstos, en cuanto será posible los
que hayan de tributarse a las señoras y a los caballeros más respetables.
25 — Si acostumbramos tratar con familiaridad a las personas de la casa, abstengámonos
de manifestársela cuando estén acompañadas de personas a quienes no podamos nosotros, o
no puedan ellas, tratar del mismo modo; tomando entonces un continente más o menos
grave, y usando de un lenguaje más o menos serio, según sea el grado de respetabilidad de
unas y de otras. Igual conducta observaremos cuando sea a las personas extrañas que se
hallen presentes a quienes acostumbremos tratar con familiaridad, y no podamos nosotros,
o no puedan ellas, tratar del mismo modo a las personas de la casa.
26 — Según esto, siempre que nos encontremos en una casa formando parte de un círculo
de confianza, y se incorpore a él una persona que no pueda ser tratada familiarmente por
todos los circunstantes, contribuiremos por nuestra parte a que el círculo varíe
inmediatamente de carácter, tomando desde luego el grado de seriedad que sea análogo a
las circunstancias de aquella persona y de los dueños de la casa.
27 — Nuestro continente, y todas nuestras palabras y acciones, deben estar siempre en
armonía con el grado de amistad que nos una a las personas que visitemos, y a aquellas de
que se encuentren acompañadas; sin olvidarnos jamás de los principios establecidos en los
párrafos 7, 8, 9, 10 y 11 de las pá
ginas 48 y 49, ni de los. deberes que impone cada una de las diferentes situaciones sociales,
según las reglas contenidas en este tratado.
28 — De la misma manera adaptaremos siempre nuestro continente y todas nuestras
palabras y acciones a la naturaleza de cada visita, manifestando con moderación y
delicadeza ya la satisfacción y alegría que debemos experimentar cuando vemos a nuestros
amigos en estado de tranquilidad y de contento, ya el cuidado y la aflicción que deben
excitar en nosotros sus conflictos y sus desgracias.
29 — En una visita de etiqueta o de poca confianza, no nos es lícito abandonar el lugar de
nuestro asiento, para ir a saludar de un modo especial a la persona que entra o se retira, ni
aun en una visita de mucha confianza, si para ello tenemos que atravesar una gran
distancia.
30 — Si en medio de nuestra visita se presenta otra persona de la casa, o entra otra visita,
nos pondremos en el acto de pie, y así permaneceremos hasta que haya tomado asiento.
También nos pondremos de pie cuando una persona que esté de visita se levante para
retirarse, y no volveremos a sentarnos hasta que no se haya despedido.
31— Las señoras que se encuentren de visita no se ponen de pie, sino cuando entran o se
despiden de otras señoras.
32 — Cuando se levanten accidentalmente de su asiento una señora o cualquier sujeto
respetable, y haya de pasar cerca del sitio que ocupamos, nos pondremos de pie y no
permitiremos que pase por detrás de nosotros. En un círculo de confianza podremos alguna
vez omitir el ponemos de pie; mas siendo una señora la que se levante, semejante omisión
no nos será lícita sino en el caso de que haya de pasar por delante de nosotros.
33 — Cuando un caballero se encuentre sentado al lado derecho de la señora o del señor de
la casa, y entre una señora, abandonará inmediatamente aquel puesto para que sea ocupado
por la señora que. entra.
34 — No nos pongamos nunca de pie para examinar cuadros, retratos, etc., ni tomemos en
nuestras manos ningún libro ni otro objeto alguno de lo que se encuentren en la sala de
recibo, si no somos a ello invitados por los dueños de la casa.
35 — Cuando entráremos o saliéremos por una puerta, o pasáremos por un lugar estrecho
en compañía de alguna persona de la casa, guardémonos de pretender cederle el paso, pues
es siempre el visitante el que debe ser obsequiado por el visitado, y cualquier demostración
de esta especie sería usurparle el derecho de hacer los honores de su casa. Sin embargo, un
caballero deberá siempre ceder el paso a una señora; y al subir o bajar una escalera, tendrá
por regla invariable, si no le es posible ofrecerle el brazo, antecedería siempre al acto de
subir, y seguirla al acto de bajar.
36 — Cuando el objeto de nuestra visita sea tratar sobre un negocio, y no tengamos amistad
con la persona a quien nos dirigimos, luego que la hayamos saludado y tomemos asiento,
daremos principio a nuestra conferencia, sin detenernos en hacerle preguntas relativas a su
salud, ni en ningún razonamiento que sea extraño a nuestro objeto.
37 — Cuando al dirigirnos a una persona a tratar sobre un negocio, la encontremos
acompañada, nos abstendremos de manifestarle el objeto de nuestra visita, hasta que ella
misma nos proporcione la oportunidad de hablarle a solas; y si esto no fuera posible, le
suplicaremos al despedirnos, se sirva indicarnos el día y la hora en que podamos
conferenciar. Sin embargo, podremos luego entrar en conferencia, siempre que el asunto de
que vayamos a tratar sea de poca entidad y no tenga ningún carácter de reserva, y que sólo
sea por muy breves instantes el que hayamos de ocupar la atención de la persona a quien
nos dirigimos.
38 — Es altamente impolítico el exigir a una persona un pago en momentos que se
encuentra acompañada. Sin embargo, la celeridad que generalmente requieren las
operaciones mercantiles, hace que sea licito presentar a un negociante en aquel caso un
pagaré, una letra de cambio, etc., cuando no es posible aguardar a que se le pueda hablar a
solas, y siempre que esto se haga en su escritorio.
39 — Nunca debemos ser más prudentes y delicados que cuando visitamos la casa de un
enfermo, sobre todo en los casos de gravedad. Si nos es lícito anunciarnos y entrar a la sala
de recibo (párrafo l3, pág. 264), conduzcámonos de manera que bajo ningún respecto nos
hagamos molestos; y no vayamos a aumentar la aflicción de los dolientes manifestando
temores y alarmas, o con noticias y observaciones que les haga concebir la idea de un
resultado funesto.
40 — Cuando nos encontremos en la casa de un enfermo, guardémonos de pretender que se
nos introduzca a su aposento, por íntima que sea la amistad que con él nos una. Toca
exclusivamente a las personas de la familia invitarnos a entrar, como que son las únicas que
pueden saber cuándo esto sea oportuno, y no hayamos de causar ninguna incomodidad al
enfermo.
41 — Una vez introducidos en el aposento de un enfermo, permaneceremos a su lado tan
sólo por el tiempo que nos indique la prudencia, según la naturaleza de su enfermedad y el
estado en que se encuentre; y entretanto, no le manifestemos que lo encontramos grave ni
de mal semblante, ni le reprochemos los excesos o imprudencias que hayan podido
acarrearle sus dolencias. Tampoco le indicaremos que otras personas han sufrido su misma
enfermedad, si no es para decirle que se restablecieron pronta y fácilmente, ni menos le
daremos noticias de la reciente muerte de ninguna persona; no le hablaremos, en fin, sobre
asuntos tristes o desagradables de ninguna especie.
42 — Cuando en las causas de la enfermedad de una persona hayan concurrido
circunstancias notables, de aquellas que generalmente mueven el interés
o la curiosidad, y nos sea lícito inquirirías, no pretendamos que nos las refiera el mismo
enfermo, sino su familia. Este es un relato que naturalmente habrá de hacerse a cada una de
las visitas. y no es justo que se imponga tan penosa tarea al que se encuentra en el lecho del
dolor.
43 — Es sobremanera imprudente y vulgar el dar a los enfermos consejos que no nos piden,
indicarles medicamentos, reprobar el plan curativo a que están sometidos, y hablarles
despectivamente de los facultativos que los asisten.
44 — Las manifestaciones explícitas sobre el objeto de una visita, así como las expresiones
congratulatorias o de sentimiento, no son de buen tono en las visitas de ceremonia, de duelo
y de pésame, en las cuales está todo expresado por el solo acto de la visita.
45 — En una visita de ofrecimiento, nos abstendremos de manifestar nuestro objeto delante
de personas extrañas, siempre que vayamos a ofrecer un servicio que indique o pueda
indicar carencia de recursos pecuniarios de parte de la persona a quien lo ofrecemos, o que
bajo cualquier otro respecto nos aconseje la prudencia reservar de los demás.
46 — En las visitas de felicitación tan sólo están admitidas las expresiones congratulatorias,
cuando la visita es originada por el feliz arribo de un viaje, o la cesación de un conflicto.
47 — En una visita de agradecimiento tan sólo manifestaremos nuestro objeto, cuando ella
haya sido originada por un servicio importante o una notable demostración de amistad que
hayamos recibido, y esto siempre que la persona a quien visitemos no se encuentre
acompañada de personas extrañas.
48 — Un hombre de fina educación no se deja arrastrar nunca de sus pasiones hasta el
punto de
desairar, o de alguna otra manera mortificar, a aquellas personas con quienes está discorde;
pero de aquí advertirse que cualquiera falta de este género cometida en sociedad es un acto
altamente indigno y grosero, con el cual se ofende a las demás persona que se hallan
presentes, y muy especialmente a los dueños de la casa (párrafo 39, página 56).
49 — Es un acto muy oportuno y obsequioso e una visita, con tal que ésta no sea de
etiqueta, excitar a cantar o a tocar a las personas de la que posean una u otra habilidad; mas
cuando nos oponga para ello algún inconveniente, no omitamos instar por una segunda vez,
pues semejante omisión manifestaría que apreciábamos en poco el pía cer que pudiera
proporcionársenos; ni en manera alguna insistamos, si aún encontramos renuencia, por ser
en todos los casos impertinente e indiscreta una tercera instancia. Si el inconveniente que se
nos opone fuere un motivo de sentimiento que exista en la misma casa, en el vecindario, o
entre los relacionados de la familia, nos guardaremos de insistir en nuestra excitación, y por
el contrario nos, excusaremos, manifestando nuestra ignorancia del accidente a que se haya
hecho referencia.
50 — Cuando en el caso del párrafo anterior la persona a quien excitemos a cantar o a tocar
tuviere la bondad de complacemos, y en general siempre que una persona cualquiera cante
o toque para. ser oída en el círculo donde nos encontremos, le prestaremos toda nuestra
atención, sea o no de nuestro gusto lo que oigamos, pues es un acto sobremanera inurbano y
ofensivo desatender al que se ocupa en alguna cosa con la intención de agradarnos, y aun
de lucir sus talentos. En semejantes casos, no olvidemos las reglas obtenidas en los párrafos
14 y 15 de la página 164.
51 —Es de muy mal tono el pedir en una visita agua para beber. Esto apenas puede ser
tolerable en los climas muy ardientes, y sólo en las visitas de confianza de una larga
duración.
52 — Cuando en las visitas se nos ofrezcan comidas o bebidas, y no tengamos ningún
impedimento físico para tomarlas, las aceptaremos desde luego en las casas de entera
confianza, y las rehusaremos por una sola vez en las de poca confianza. En el campo, donde
naturalmente se relaja un tanto la etiqueta, no las rehusaremos sino cuando no tengamos
ninguna confianza en la casa, aunque nunca por más de una vez, pues una segunda excusa
desautoriza completamente al que ofrece un obsequio para insistir de nuevo, y ella está por
lo tanto reservada para los casos en que la aceptación es imposible.
53 — Cuando en las horas de la noche se encuentre un caballero de visita en una casa, y se
despidiere una señora de su amistad que no esté acompañada de otro caballero, le ofrecerá
desde luego su compañía, la cual será aceptada sin oposición alguna, siempre que sean
personas que se traten plena confianza. Si no existiere esta confianza, señora rehusará el
obsequio por una vez; y sea fuere el grado de amistad que medie, cuando la señora lo
rehuse por dos veces, el caballero se abstendrá de acompañarla.
54 — Si el caballero que se encuentre de visita no tuviere amistad con la señora que se
despide, no le ofrecerá su compañía; a menos que exista en el tránsito algún peligro, o que,
teniendo con é1 entera confianza la señora de la casa, creyere ésta lícito y oportuno
inducirle a acompañarla. En cualquiera de estos casos la señora que recibe el obsequio dará
las gracias al caballero en la puerta de su casa y le brindará entrada; mas él no deberá
aceptar semejante ofrecimiento, ni considerarse, por sólo este hecho, autorizado para visitar
la casa en otra ocasión.
55 — Cuando vayamos a una casa en compañía de otra persona, tengamos presente que
toca siempre al superior y no al inferior, y a la señora y no al caballero, poner término a la
visita.
56 — Luego que haya transcurrido el tiempo que debemos emplear en una visita,
procuremos aprovechar, para retirarnos, el momento en que entre alguna persona, o en que
se retire otra de mayor respetabilidad que nosotros, a fin de evitar que los circunstantes se
pongan de pie tan sólo por nuestra despedida.
57 — Cuando la reunión en que nos encontremos sea poco numerosa, y entre una persona
con la cual estemos desavenidos, guardémonos de retirarnos en
el acto, aunque haya llegado ya el tiempo en que naturalmente debiéramos hacerlo.
58 — Una vez puestos de pie para terminar nuestra visita, despidámonos especialmente de
los dueños de la casa, hagamos una cortesía a los demás circunstantes, y retirémonos en
seguida, sin entrar ya en ninguna especie de conversación
59 — Siempre que al despedirse un caballero no pueda acercarse a la señora de la casa sin
penetrar por entre muchas personas, se limitará a dirigirle sus expresiones de despedida
desde el punto más cercano al círculo, cuidando entonces de emplear las menos palabras
posibles. La misma regla deberá aplicar un caballero a su entrada en una sala de recibo;
menos en la casa que visite por primera vez después de una larga ausencia, donde le es
licito penetrar hasta el lugar en que se encuentre la señora.
60— Al acto de retirarnos de una reunión muy numerosa, llamemos lo menos posible la
atención de los circunstantes. Así, cuando la tertulia esté dividida en diferentes círculos, nos
dirigiremos únicamente a aquel en que se encuentre la señora o el señor de la casa. En este
punto deben apreciarse debidamente las circunstancias, sin otro norte que la
prudencia y el ejemplo de las personas cultas; en la inteligencia de que, si una señora no
puede retirarse de una casa sin despedirse por lo menos de la señora, a un caballero le es
lícito, cuando no cree oportuno y delicado llamar la atención de ninguno de los círculos en
que se encuentran los dueños de la casa, retirarse silenciosamente y sin despedirse de nadie.
61 — Cuando al despedirse un caballero de otro a quien ha hecho visita, no se encontrare
presente ninguna persona que no sea de la casa, el visitante no manifestará oposición
alguna a que el visitado lo acompañe hasta la puerta de la casa: allí volverá a despedirse;
mas si el visitado pretendiere seguir con él hasta el portón, o hasta la escalera estando en un
piso alto, rehusará por una vez admitir este nuevo obsequio, si el visitado fuere una persona
para él muy respetable.
62 — Si en el caso del párrafo anterior, el visitante fuere un sujeto de elevado carácter, no
rehusará ni por una sola vez ser acompañado hasta el portón o hasta la escalera.
63 — Una señora no rehusará en ningún caso, ni por una sola vez, que se le acompañe hasta
el portón o hasta la escalera.
64 — Cuando al retirarnos de una visita de etiqueta quede en la sala un pequeño número de
personas, y no seamos acompañados por ninguna de las de la casa, al llegar a la puerta nos
volveremos hacia adentro y haremos una cortesía. Y siempre que seamos acompañados
hasta la puerta de la sala, al llegar al portón o a la escalera haremos una cortesía a la
persona que nos haya acompañado; haciendo lo mismo desde la puerta de la calle, cuando
se nos haya acompañado hasta el portón.
G
Del modo de conducirnos cuando recibamos visitas
1 — Procuremos que las personas que nos visiten, sin excepción alguna, se despidan de
nosotros plenamente satisfechas de nuestra manera de recibirlas, tratarlas y obsequiarías;
haciéndoles por nuestra parte agradables todos los momentos que pasen en sociedad con
nosotros, por los medios que sean más análogos a su edad, sexo y categoría, al grado de
amistad que con cada una de ellas nos una, y según el conocimiento que tengamos de sus
diferentes caracteres, gustos, inclinaciones y caprichos (párrafo 1, pág. 133).
2 — Cuando se nos anuncie una visita y no nos encontremos en la sala de recibo, no nos
hagamos esperar sino por muy breves instantes; a menos que alguna causa legítima nos
obligue a detenernos un rato, lo cual haremos participar a aquélla inmediatamente, a fin de
que nuestra tardanza no la induzca a creerse desatendida.
3 — Luego que estemos en disposición de presentamos en la sala de recibo, nos dirigiremos
a la persona que nos aguarda, la saludaremos cortés o afablemente, y la conduciremos al
asiento que sea para ella más cómodo.
4 — Los dueños de la casa extenderán siempre la mano a todas las personas de su sexo que
los visiten, así al acto de entrar como al de salir, aun cuando sean para ellos desconocidas y
sólo lleven por objeto tratar sobre negocios (párrafo 12, pág. 271).
5 — Cuando nos encontremos en la sala de recibo al llegar una persona de visita, le
ofreceremos siempre asiento inmediatamente después de haberle correspondido su saludo.
6 — El visitado puede invitar al visitante, como una muestra de obsequiosa consideración,
a sentarse a su lado y a su derecha, mas si éste, con arreglo a lo prescrito en el párrafo 12 de
la página 271, rehusase tomar la derecha, le invitará precisamente a ello por una segunda
vez. Cuando el visitante sea un sujeto muy respetable o una señora, el .visitado no le
ofrecerá otro puesto, sino en el caso de estar aquél debidamente ocupado.
7 — Cuando un caballero reciba a varias señoras, no se sentará en una misma línea con
ellas, sino que, colocándolas en los asientos principales, se situará en un lugar desde el cual
puede dirigir a todas la palabra, sin necesidad de volverse para ello a uno u otro lado.
8 — Cuando la señora esté acompañada de !isitas y se presentase otra señora, luego que
ésta haya penetrado en la sala de recibo, se levantará de su asiento y se dirigirá a
encontrarla. Lo mismo hará un caballero respecto de una señora; pero no respecto de otro
caballero, si se halla él solo recibiendo señoras o sujetos muy respetables, pues entonces se
limitará a avanzar hacia él uno o dos pasos al acto de ser saludado especialmente. Un
caballero puede, sin embargo, en todos los casos, abandonar el círculo para dirigirse a
encontrar, dentro de la misma
sala, a un sujeto constituido en alta dignidad.
9 — Según se deduce de los párrafos anteriores, el dueño de la casa no puede en ningún
caso permanecer sentado, ni al acto de entrar ni al de retirarse una visita, sea cual fuere;
mas en cuanto a la señora, ella no se pondrá de pie sino cuando sea otra señora la que entre
o se retire.
10 — Cuando van saliendo sucesivamente las personas de la casa a recibir una visita, es
impropio y sobremanera fastidioso que cada una de ellas vaya haciendo a ésta unas mismas
preguntas sobre la salud de su familia, sobre sus deudos ausentes, etc. Toca a la primera
persona que sale el hacer estas preguntas, y en todos los casos, a la señora y al señor de la
casa, cuando quiera que se presenten.
11 — A la persona que hace una visita de ceremonia, o cualquiera otra de etiqueta, no se la
invita jamás a apartar su sombrero de las manos, para colocarlo en un lugar cualquiera de la
sala de recibo. A las personas de confianza y a las de poca confianza sí puede hacérsele esta
sugerencia, la cual podrá repetirse hasta por dos veces.
12 — Si al salir nosotros para la calle, encontráremos ya dentro de nuestros umbrales a una
persona que viene a visitamos, la invitaremos a pasar a la pieza de recibo por una vez, si es
un asunto urgente el que nos lleva fuera de, nuestra casa, y hasta por dos veces, si nuestra
salida puede, sin perjuicio de nadie, diferirse para después. Aun en casos de urgencia,
deberemos instar por una segunda vez a una persona que sea para nosotros muy respetable,
satisfechos, como debemos estar, de que su visita no habrá de prolongarse indiscretamente
(párrafo 7, página 258). Mas puede acontecer que en el curso de ésta entre otra persona que
no tenga motivo para saber que no podemos detenernos, y en este caso, como en todos
aquellos en que no nos sea dable excusarnos de recibir a una persona, nos es enteramente
lícito manifestarle nuestra urgente necesidad de salir; bien que siempre en términos muy
corteses y satisfactorios, y expresándole la pena que nos causa el tener que privarnos de su
compañía.
13 — Si tenemos en nuestra casa una reunión de invitación especial, y una persona que lo
ignora se presenta a visitarnos, guardémonos, puesto que habrá de retirarse prontamente
(párrafo 7, pág. 258), de invitarla, por más de una vez, a prolongar su visita.
14 — Cuando seamos visitados en momentos en que nos encontremos afectados por algún
accidente desagradable, dominemos nuestro ánimo y nuestro semblante, y mostrémonos
siempre afables y joviales. Si hemos experimentado una desgracia, o nos encontramos en
un conflicto que pueda estar al alcance de nuestros amigos, nuestro continente será grave y
nuestra conversación limitada, pero siempre dulce nuestro trato, siempre suaves nuestros
modales, siempre cortés y obsequiosa nuestra conducta.
15 — Guardémonos de presentar en el estrado a
los niños que nos pertenezcan, sea cual fuere el grado de amistad que tengamos con las
visitas que en él se encuentren. Son las señoritas y los jóvenes ya formados los que
acompañan a sus padres a hacer los honores de la casa; lo demás es una vulgaridad
insoportable, de que no se ve nunca ejemplo entre la gente de buena educación.
16 — Es de muy mal tono el iluminar la sala de recibo con una luz demasiado viva, cuando
se reciben visitas de duelo o de pésame, y siempre que acaba de experimentarse o se teme
una desgracia de cualquier especie.
17 — Siempre que recibamos visitas, aplicaremos las mismas reglas que, en los párrafos
25, 26 y 27 de las páginas 276 y 277 tenemos que observar al hacer una visita, respecto de
la manera de conducirnos cuando encontramos o llegan después otras personas. Así, cuando
acostumbremos tratar con familiaridad a la persona que nos visita, y entrare otra a quien no
pueda ella, o no podamos nosotros tratar del mismo modo, adaptaremos nuestra conducta al
grado de circunspección con que deba ser tratada la de menor confianza.
18 — Los dueños de la casa son los que están principalmente llamados a comunicar
animación y movimiento a la conversación. Si en los momentos en que suelen quedarse en
silencio todos los circunstantes ellos no se apresuran a tomar la palabra, sino que guardan
también silencio, podrá creerse que la reunión no les es agradable, o que han llegado ya a
desear que se disuelva. Sin embargo, nada de esto es aplicable a los casos en que a la
persona que recibe visitas, le haya acontecido recientemente o le amenace una desgracia
cualquiera, de la cual están en conocimiento sus amigos (párrafo 14).
19 — Cuando estemos recibiendo visitas, y tomemos la palabra en una conversación
general, nos dirigiremos
alternativamente a todos los circunstantes, de la manera que quedó establecida en
el párrafo 17 de la página 190; con la sola diferencia de que cuando según el orden allí
indicado, debiéramos fijarnos más frecuente y detenidamente en la persona de nuestra
mayor amistad, nos fijaremos en aquélla; que sea según nuestro criterio de más
respetabilidad y etiqueta.
20 — Siempre que una persona se dirija a nosotros a tratar sobre un negocio, guardémonos
de incitarla directa ni indirectamente a entrar en conferencia, en momentos en que nos
encontremos acompañados, ya sea de alguna otra visita o de personas de nuestra propia
familia; a no ser que el negocio nos concierna exclusivamente a nosotros, y seamos dueños
de tratarlo sin más reserva que aquella que nos convenga, pues entonces haremos o no la
invitación, según lo que en cada caso nos aconseje la prudencia. Pero tengamos entendido,
que nada hay más incivil que emprender un largo diálogo de esta especie, delante de
personas que sean extrañas a la materia sobre la cual se trate.
21 — Procuremos no dejar nunca a solas a dos personas que sabemos se encuentran
desavenidas, o que absolutamente no se conocen, por íntima que sea la confianza que
tengamos con ellas.
22 — Cuando estemos recibiendo una visita y se nos entregue una carta, no la leamos sino
en el caso de que sepamos que trata de un asunto importante y del momento, y siempre con
la venia de aquélla. Si la visita que recibimos es de etiqueta, se necesita que el contenido de
la carta sea demasiado grave y urgente, para que haya de entregársenos ésta en el estrado, y
para que nos sea licito leerla inmediatamente.
23 — Cuando la persona que nos visite quisiere retirarse a poco de haber recibido nosotros
una carta,
y temiéramos que lo haga tan sólo por esta consideración, la invitaremos a que se detenga,
y aun la instaremos, si el contenido de aquélla no nos impone algún deber que tengamos
que llenar sin demora.
24 — No nos es lícito ofrecer comidas o bebidas a una persona de etiqueta, sino en el caso
de que la hayamos invitado expresamente a pasar con nosotros un largo rato, o de que nos
visite en una casa de campo. En orden a lo que sea propio y oportuno ofrecer, atengámonos
a lo que se estile entre personas cultas y bien educadas.
25 — Si cuando hacemos visitas de confianza, es un acto oportuno y obsequioso incitar a
cantar o a tocar a las personas de la casa que poseen una u otra habilidad, no puede serlo
menos el hacer esta incitación a las personas que nos visiten, siempre que en ellas
concurren idénticas circunstancias. En tales casos, tendremos presentes las reglas
contenidas en los párrafos 49 y 50 de la página 282.
26 — Cuando tengamos de visita diferentes personas, seamos en extremo prudentes y
delicados al hacer en nuestros obsequios aquellas distinciones que merezcan las unas
respecto de las otras, según su edad y representación social; pues no por tributar a una
persona las atenciones que le son debidas, podemos en manera alguna desatender ni menos
mortificar a ninguna otra. En cuanto a las preferencias y consideraciones especiales que se
deben al bello sexo, procederemos siempre con mayor libertad y sin temor ni escrúpulo,
pues jamás podrá un caballero creerse desatendido, sino por el contrario, complacerse, al
verse pospuesto. en sociedad a una señora, sea de la manera que fuere.
27 — La señora de la casa no se debe permitir sugerir a un caballero a que acompañe a una
señora que se retira, con la cual no lleve éste amistad, sino
en el caso de tener con él entera confianza, y de mediar alguna circunstancia excepcional
que pueda racionalmente justificar semejante conducta.
28 — Es enteramente impropio instar a detenerse en nuestra casa, a una persona de etiqueta
que ha terminado su visita y se despide; y bien que nos sea lícito hacer esta invitación a una
persona de confianza, nos abstendremos de hacerla de nuevo a aquélla que, cediendo a
nuestros deseos, haya permanecido ya un rato en nuestra compañía.
29 — Al acto de retirarse una visita, se tendrán presentes las reglas siguientes: 1.a, la señora
de la casa acompañará a otra señora hasta el portón, o hasta la escalera siendo el piso alto;
pero si al mismo tiempo está recibiendo otras visitas, la acompañará solamente hasta la
puerta de la sala; 2.a, siempre que un caballero haya de despedir a una señora procederá del
modo indicado en la regla precedente, con la diferencia de que si el piso es alto y ha de salir

fuera de la sala deberá acompañar a aquélla a bajar la escalera y hasta el portón; y cuando la
señora vaya en automóvil manejado por ella misma, el caballero le abrirá la puerta
ayudándola a subir; 3.a, si es una familia la que ha recibido la visita de una señora, y se
hallan en la sala otras visitas, una parte de aquélla irá a acompañarla hasta el portón o hasta
la escalera; 4.a, un caballero acompañará a otro caballero hasta el portón o hasta la escalera:
si se encuentra él solo recibiendo otras visitas, no le acompañará más que hasta la
puerta de la sala; y si las demás visitas son de señoras o de sujetos muy respetables, y el que
se despide no está investido de un alto carácter, se limitará a avanzar hacia él uno o dos
pasos al acto de darle la mano; 5.a, las señoras hacen siempre desde su asiento una cortesía
a los caballeros que se despiden.
30 — La persona que acompaña a otra que se despide
cuidará de ir siempre a su izquierda; y si son dos las personas acompañantes, se situará
una a su izquierda y otra a su derecha.
31 — En todos los casos en que hayamos de acompañar a una persona hasta el portón o
hasta la escalera, podemos hacerle el obsequio, bien por respeto o por cariño, de seguir con
ella hasta la puerta de la calle.
32 — Ya sea hasta la puerta de la sala o hasta el portón que acompañemos a una persona
nos detendremos algunos instantes después de haberla despedido para corresponderle la
cortesía que habrá de hacernos desde el portón o desde la puerta.
IV
De las diferentes especies de reuniones
A
De los festines en general
1 — Para convidar a un festín cualquiera nos dirigimos verbalmente o por escrito a nuestros
amigos de confianza, y a todos los demás por medio de una esquela, que generalmente se
hace imprimir; dando precisamente a los primeros una idea del carácter más o menos serio
de la reunión, e indicando a unos y otros la hora a que deban concurrir.
2 — Las señoras no pueden ser invitadas a festines sino por otras señoras, o por un
caballero casado en unión de su esposa. Una invitación puede, sin embargo, emanar de una
corporación respetable que sólo se componga de hombres; mas como siempre debe haber
una señora que presida el festín, será ella quien directamente invite, expresando que lo hace
a nombre de la corporación.
3 — Es de todo punto impropio, y en cierto modo ofensivo, el invitar para un festín a
personas a quienes amenace o haya acontecido recientemente una gran desgracia, de la cual
esté impuesta la sociedad; y a aquellos de sus relacionados que, con este motivo, deba
racionalmente suponerse no se hallen dispuestos a tomar parte en la alegría de un festín, o
no sea decoroso que aparezcan en reuniones de esta especie.
4 — Las invitaciones se hacen con la anticipación que es propia de cada caso, atendida la
naturaleza del festín, la mayor o menor etiqueta que en él haya de reinar, y el mayor o
menor número de personas que hayan de concurrir. El mismo día de la reunión y el
anterior, no está indicado ni es delicado invitar, sino cuando el círculo ha de ser muy
pequeño y de mucha confianza, o cuando se trata de un transeúnte o de otra persona
cualquiera que se encontraba ausente en los días anteriores. Para un banquete, no debe
invitarse con mayor anticipación que la de cuatro días; y para un baile, o cualquiera otra
reunión nocturna muy numerosa, la anticipación no debe exceder de ocho días. Las
invitaciones a señoras son en todos los casos las primeras que deben hacerse.
5 — Siempre que dispongamos un festín, calculemos el número de personas que el local
pueda contener cómodamente y reduzcamos a él nuestras invitaciones; prefiriendo a
aquellos de nuestros amigos que, por la naturaleza de sus relaciones con nosotros, su
carácter, sus inclinaciones y sus demás circunstancias personales, estén más llamados a
formar parte de la reunión.
6 — Procuremos que los amigos que convidemos a una reunión pequeña sean todos
personas que estén relacionadas entre si, o que por lo menos no haya ninguna de ellas que
no tenga amistad con algunas de las demás. En cuanto a personas que se encuentren mal
avenidas, jamás las reuniremos en estos casos, si no entra en nuestras miras y nos es licito
ejercer los nobles oficios de aproximarles y cortar sus diferencias.
7 — Cuando la reunión que preparemos tenga por especial objeto obsequiar a un amigo, no
sólo procuraremos que las personas con quienes haya de encontrarse sean todas de su
amistad, sino que invitaremos
preferentemente a aquellas con quienes estuviere en mayor contacto, y cuya edad,
posición social y demás circunstancias personales sean más análogas a las suyas.
8 — Cuando la reunión ha de ser numerosa y seria, nos es lícito invitar a ella a un
extranjero respetable que acabe de llegar al país, aunque con él no estemos relacionados. En
estos casos, procuraremos que a la invitación preceda el acto de una presentación especial.
9 — A la hora señalada para la reunión la señora de la casa se situará en la sala principal,
para recibir allí a cada uno de los concurrentes, y el señor de la casa en la antesala, o no
habiendo esta pieza, en el corredor inmediato a la sala, para ofrecer el brazo, a las señoras
que vayan entrando y conducirlas hasta el lugar donde hayan de tomar asiento.
10 — Los dueños de la casa, y las personas de su familia que los acompañen, deben
contraerse exclusivamente en todo el curso de la reunión, a colmar de obsequios y
atenciones a todos los concurrentes (párrafo 1, pág 287). Ellos deben encontrarse en todas
partes, inspeccionarlo y dirigirlo todo, proveer cuanto sea necesario a la comodidad y al
placer de los concurrentes y comunicar, en fin, a la reunión, por todos los medios que estén
a su alcance, aquella animación y aquel júbilo que dependen siempre de la habilidad y
corrección que se emplean en hacer los honores de la casa.
11 — Cuando la señora o el señor de la casa insten a una señora a cantar o a tocar, le
ofrecerán el brazo para conducirla al piano, y lo mismo harán para conducirla después a su
asiento.
12 — En las reuniones nocturnas, al acto de servir la cena, se procederá de la manera
siguiente: 1.°, el señor de la casa ofrecerá el brazo a la señora más caracterizada, e instará al
caballero más caracterizado a que tome a su cargo a la señora de la casa, dirigiéndose en
seguida al comedor junto con la señora que acompaña; 2.°, la señora de la casa indicará
entonces a cada caballero la señora que ha de conducir, procurando que sean personas entre
sí relacionadas; 3.°, el orden de la marcha lo establecerá la categoría de las señoras casadas
y las más respetables; 4.°, la marcha la cerrará siempre la señora de la casa, acompañada de
su caballero.
13 — Es de muy mal tono el empeñarse en que las personas convidadas se detengan,
cuando ya quieran retirarse. Puede, no obstante, en casos especiales, instarse a ello a los
amigos de confianza, pero teniendo presente que jamás debe llegarse a una tercera
invitación.
14— Siempre que seamos invitados a un festín cualquiera, contestaremos inmediatamente
manifestando nuestra aceptación o presentando nuestra excusa; sin que nos sea licito
hacerlo verbalmente, cuando por no mediar con nosotros ninguna confianza, la invitación
se nos haya hecho por esquela.
15 — Al aceptar una invitación para un festín, pensemos que no hemos de ir únicamente a
recibir obsequios y a satisfacer nuestros propios gustos y caprichos; sino también a
corresponder al honor que se nos hace, contribuyendo por nuestra parte, por todos los
medios que sean análogos a nuestras circunstancias personales y a nuestro carácter de
convidados, y que no se opongan a las restricciones que aquí se establecen, a la comodidad
y al placer de los demás concurrentes, al lucimiento de la función, y a la consiguiente
satisfacción de los dueños de la casa.
16 — Dedúcese de aquí que ningún convidado debe manifestar repugnancia, ni menos
negarse, a ninguna exigencia directa o indirecta de los dueños de la casa; sino que por el
contrario todos deben prestarse gustosamente y aun anticiparse a sus deseos por más que
éstos lleguen a contrariar los suyos propios.
17 — A ningún festín, sea de la naturaleza que fuere, y aun cuando se trate de una reunión
de confianza, debemos llevar jamás niños, ni criados. Cuando la invitación se dirige a una
familia, sólo se consideran comprendidos en ésta los jóvenes y señoritas que, según el
párrafo 15 de la página 290, pueden entrar en sociedad.
18 — Al penetrar en el local de un festín, nuestro primer cuidado debe ser presentar
nuestros respetos a la señora y al señor de la casa, pudiendo en seguida dirigirnos a saludar
a las señoras y caballeros de nuestra amistad que allí encontremos. Mas cuando la reunión
sea poco numerosa o tenga por objeto un banquete, y los dueños de la casa y los
concurrentes se hallen todos en la sala de recibo, observaremos las reglas establecidas en
los párrafos 16 y 17 de la página 272.
19 — Los concurrentes a un festín no promoverán
nunca ningún género de entretenimiento, sino que se sujetarán estrictamente a lo que bajo
este respecto, así como bajo cualquiera otro, tengan ya dispuesto o dispusieren los dueños
de la casa.
20 — Al dirigirse una señora hacia un lugar donde no haya asientos desocupados y se
encuentre sentado un caballero, éste se pondrá inmediatamente de pie y le ofrecerá el
asiento que ocupe.
21 — Los caballeros se abstendrán de dirigir la palabra y de ofrecer espontáneamente
obsequios de ninguna especie a las señoras con quienes se encuentren en un festín, con las
cuales no tengan ninguna amistad y a quienes no hayan sido previamente presentados.
22 — Guardémonos de desatender en un festín a las personas de la casa por ningún motivo,
y mucho menos por contraemos exclusivamente a rodear y a obsequiar a las demás
personas de nuestra amistad y predilección que en él encontremos. Esto sería una conducta
incivil y grosera, y que al mismo tiempo envolverla una muestra de ingratitud hacia
aquellos que, contando con proporcionarnos un rato agradable, nos hacen el obsequio de
invitarnos a su casa.
23 — Abstengámonos de manifestar directa ni indirectamente en una reunión, el deseo de
que llegue el momento de sentarnos a la mesa. El incurrir en semejante extravío, no sólo
envolvería una falta de civilidad y de cultura, sino que daría muy mala idea de la dignidad
de nuestro carácter, y arrojaría sobre nosotros la fea y degradante nota de glotones, ya que
no hiciese pensar que hablamos allí concurrido tan sólo con el objeto de comer.
24 — Los caballeros se retiran generalmente de las reuniones nocturnas muy numerosas sin
despedirse de nadie (párrafo 60, pág. 285). Respecto de las señoras, ellas omitirán también
despedirse de los
demás concurrentes, y aun de los dueños de la casa, cuando no crean prudente distraerlos
de sus multiplicadas ocupaciones. Pero téngase presente que la persona, cualquiera que sea,
en cuyo obsequio se haya celebrado un festín, no puede jamás retirarse sin presentar sus
respetos y manifestar su agradecimiento a los dueños de la casa.
25 — Está enteramente prohibido a un caballero, como un acto de muy mala educación, el
ofrecer su compañía a una señora que se retira de un festín y con la cual no tiene amistad,
aunque haya sido presentado a ella ocasionalmente, haya bailado con ella, o le haya tocado
obsequiarla en el curso de la reunión.
26 — Debemos una visita de agradecimiento a la persona que nos ha invitado a un festín,
hayamos o no concurrido a él. Esta visita se hace dentro de un período de ocho días, el cual
empieza a contarse pasado el siguiente a aquél en que se haya celebrado el festín.

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